Nidos y huevos.



Al igual que todos los reptiles, los dinosaurios eran ovovivíparos, es decir, ponían huevos que eclosionaban tras un periodo variable, dependiendo de la especie.Los testimonios fósiles de los primeros pasos en la vida de los reptiles del Mesozoico son numerosos y han permitido desvelar interesantes secretos sobre los nidos y los huevos.Las expediciones llevadas a cabo por paleontólogos de todo el mundo han permitido responder con prontitud al interrogante que planteaba la forma de reproducción de los dinosaurios.Los nidos y huevos hallados en numerosos yacimientos dan claro testimonio de que, como el resto de los reptiles, los dinosaurios eran ovovivíparos.Las hembras ponían cierto número de huevos, de los cuales, tras un tiempo de maduración variable según la especie, nacían las crías.

Algo que resulta sorprendente es el tamaño de los huevos de los saurópodos, no mucho mayores que los de los actuales avestruces, y sí, notoriamente más grande que el de una gallina.
Establecidas las debidas proporciones, los dinosaurios recién nacidos eran realmente minúsculos en relación con sus imponentes progenitores, como lo demuestran los embriones fósiles que de tanto en tanto son extraídos de cascarones mineralizados.
El huevo amniótico.
Hasta la aparición de los reptiles, los huevos (de peces y anfibios) estaban recubiertos por una membrana blanda.
Las hembras los ponían a millares, el macho los fecundaba con su semen y era la casualidad la que determinaba el porcentaje de éxitos.
El principal inconveniente de esta estrategia de reproducción residía en la fuerte dependencia del agua. Aunque desarrollaran gran parte de su actividad en tierra, los anfibios se veían obligados a volver al agua para reproducirse, ya que los huevos, debido a su fragilidad y a su consistencia acuosa, no hubiesen resistido la fuerza de la gravedad ni la insolación.
Entre los reptiles se adoptó una solución ingeniosa: encerrar el embrión en una cubierta rígida, para poder efectuar su puesta en un lugar protegido, en tierra firme.
El huevo amniótico constituye una de las innovaciones de mayor éxito evolutivo, tanto es así que cuenta hoy día con amplia difusión en el reino animal.
La ventaja fundamental reside en el amnios (que le da nombre); se trata de una membrana que reproduce el microambiente acuático en el que el embrión se desarrolla.
El aprovisionamiento de alimento, el reciclado de los productos de desecho del metabolismo y el intercambio gaseoso con el exterior quedan garantizados por otras cubiertas, como la yema (o deutoplasma).
En el caso de los huevos de las gallinas actuales, el conjunto queda protegido por la clara, por una membrana intermedia denominada testácea y por una cascara calcárea y porosa que permite que el medio amniótico respire.
Otra ventaja para las especies que se reproducen de este modo es la posibilidad de fecundar el huevo en el interior del cuerpo de la hembra, aumentando el porcentaje de éxitos.

Huevos de dinosaurio.
En el caso de los dinosaurios, las únicas diferencias respecto de los tipos de huevo que hemos descrito eran la forma y las dimensiones.
Los protocerátops, ovirraptores y demás especies de tamaño mediano o pequeño producían huevos de forma oval o elíptica y de unos diez centímetros de largo, mientras que los terópodos como el tiranosaurio, o los saurópodos como el apatosaurio ponían huevos redondeados, que podían alcanzar el tamaño de un balón de fútbol.

Huevos dispersos.
Dado que ningún yacimiento de fósiles del Triásico ni del Jurásico ha permitido hallar restos de nidos, se ha aventurado la hipótesis de que los prosaurópodos, saurópodos y terópodos primitivos no habían desarrollado aún esta estrategia reproductiva.
Se cree, por consiguiente, que tal vez depositaban los huevos directamente en el suelo, sin protección alguna o con una precaria cobertura.
En el caso de los gigantescos saurópodos, para evitar que los huevos se rompieran al caer desde más de cuatro metros de altura, es posible que estuvieran dotados de un órgano extensible que rozara el suelo, para depositar los huevos suavemente en largas hileras.

Se han hallado huevos de saurópodos dispuestos en arco formando varias filas regulares que, sin embargo, no pueden considerarse aún verdaderos nidos.
No obstante, parece evidente que, al no ocuparse de la nidada, el número de huevos que ponía una hembra de saurópodo debía de ser muy elevado, para garantizar un porcentaje de nacimientos lo más alto posible.
Algunos huevos se rompían o no llegaban a ser fecundados, mientras que otros eran devorados por dinosaurios más pequeños.

Por otra parte, la mortalidad entre las crías era muy elevada, debido a desnutrición, depredación y enfermedades, y sólo una mínima parte de las crías alcanzaba la edad adulta.
Los grandes carnívoros como los alosaurios tenían los mismos problemas que los saurópodos en la puesta de huevos. Es posible que se agacharan para realizar esta delicada operación.
En el caso de los terópodos, es de imaginar que la puesta se realizara en hoyos excavados con las potentes patas traseras, si bien no existen pruebas paleontológicas de ello.
La invención del nido.
Los estudios paleontológicos han identificado numerosos dinosaurios nidifícadores.
Hadrosaurios, protocerátops y cerátopsidos en general, ovirraptores y dromeosaurios debieron de intentar, como progenitores, sacar el mayor partido posible de la construcción de nidos.

Los motivos que llevaron a los dominadores de la última parte del Mesozoico a introducir esta innovación pudieron ser múltiples.
En primer lugar, los huevos permanecían asi ocultos a la vista de posibles ladrones, especialmente de los pequeños y voraces mamíferos.
El nido permitía asimismo un control directo de la eclosión y mejores cuidados por parte de los progenitores.
La garantía de una mayor protección de la prole admite una disminución del número de huevos por nidada y asegura la completa maduración de todos ellos.
No obstante, no debemos caer en el error de imaginar que los dinosaurios más grandes se comportasen igual que las aves actuales y que incubaran los huevos.
El peso de un Parasaurolophus habría sido excesivo para los huevos, que se habrían perdido en su totalidad.
El nido era un montículo de tierra mezclada con hojas, ramas y otros materiales vegetales, que recubría los huevos, dispuestos de manera ordenada.

La descomposición y la fermentación de la materia vegetal generaban una cantidad de calor suficiente para mantener una temperatura ideal, como lo hacen las modernas incubadoras.
En este ambiente, bajo la vigilancia de un progenitor o de ambos, los huevos podían madurar tranquilamente.
No obstante, no todas las especies del Cretácico nidificaban. Parece ser que este recurso era una prerrogativa de las especies más evolucionadas, que desarrollaron nuevos comportamientos sociales y de reproducción.

Ovirraptores y Protocerátops.
El hecho de que los dinosaurios del Cretácico protegieran el nido ha quedado confirmado por indiscutibles pruebas fósiles.
En el curso de una campaña de excavaciones desarrollada en Mongolia, el paleontólogo americano Andrews halló un esqueleto de dinosaurio sobre un nido.
Pensando que los huevos eran de un protocerátops, dedujo que debía tratarse de un ladrón de huevos sorprendido por una violenta tormenta en el momento del robo, por lo que bautizó al esqueleto como ovirraptor, «ladrón de huevos».

Muchos años más tarde se descubrió que, en realidad, el ovirraptor estaba protegiendo su propio nido, aunque sus cuidados no pudieron hacer nada frente a los elementos atmosféricos.

Desde este punto de vista resultan especialmente interesantes los nidos de protocerátops.
Este antecesor de los tricerátops ponía huevos alargados y surcados por pequeñas protuberancias sinuosas, en parejas y circulos concéntricos superpuestos.
Los nidos no albergaban los huevos de una sola hembra sino los de todas las hembras, generalmente cinco, que ponen sus huevos en un agujero común.
Esta hipótesis lleva a pensar que los protocerátops pudieron desarrollar comportamientos sociales complejos y mantener una jerarquía social.

La protección de las crias.
Un género en concreto de hadrosaurios optó por una solución diferente.
Como demuestran los hallazgos efectuados por J. Horner en Montana, el Maiasaura, de más de 7 metros de longitud, construía un nido por pareja, si bien todos los nidos quedaban agrupados en una zona restringida.
Se conseguía asi un sustancial ahorro de energía en la defensa de la prole frente a los depredadores.

Es probable que toda la manada contribuyese a la hora de ahuyentar posibles intrusos. Se han hallado diversos cráteres de unos dos metros de diámetro y con bordes de más de metro y medio de alto, en los que se cree que se sentaban las hembras para incubar los huevos sin dañarlos. Dado que la distancia entre cráteres -siete metros- equivale a la longitud del dinosaurio, se cree que estos animales mantenían un comportamiento similar al de ciertas especies de aves marinas, que nidifican en colonias de gran número de individuos.
Los huevos de estos herbívoros median cerca de 20 centímetros y se calcula que debían de pesar más de un kilo. Al eclosionar, salían a la luz crías de unos 35 centímetros de largo, totalmente indefensas.
En el mismo yacimiento de Montana se encontraron restos de Orodromeus, herbívoros bípedos de unos 2,5 metros de longitud.

Sus nidos estaban constituidos de forma que los huevos formaban una espiral en torno a un huevo central, el primero de la puesta.
En este territorio rico en recursos alimentarios se estableció asimismo un grupo de troodontes, carnívoros bípedos muy evolucionados.
También ellos dejaron restos de un nido fósil. Todos estos hallazgos, además de representar un amplio muestrario de las distintas modalidades de puesta de huevos y de nidifícación, constituyen la prueba de que los dinosaurios del Cretácico habian alcanzado un nivel de organización social complejo y que, como sucede en la sabana actual, en un mismo territorio podían habitar diferentes especies en equilibrio con el medio.

Microhuevos.
Han sido hallado en Tailandia diminutos huevos de dinosaurio terópodo, uno de ellos con un embrión difícil de identificar en su interior.
Los huevos, de l8 milímetros, son apenas más grandes que los de un jilguero.
La cáscara presenta un relieve típico de dinosaurios no avianos, pero posee la estructura de tres capas prismáticas propia de las aves.
Eric Buffetaut y compañía, piensan que podría pertenecer a un pequeño animal emplumado, muy cercano a los pájaros, que vivió en el Cretácico inferior.