El
ámbar, árabe o succino (del latín succinum) es una piedra preciosa
hecha de resina vegetal fosilizada proveniente principalmente de restos
de coníferas y algunas angiospermas.
Los árboles producen la resina como una protección contra enfermedades e infestaciones de insectos, cuando la corteza de un árbol es herida debido a rotura o a un ataque por escarabajos de madera u otros insectos, bacterias u hongos. Después de exudar al exterior, la resina se endurece por polimerización en el interior de rocas arcillosas o arenosas, algunas veces calizas, que se formaban en zonas deltaicas de ríos, generalmente con mucha materia orgánica asociada, y se han conservado en su interior durante millones de años.
El ámbar es un mineral, ya que es una sustancia inorgánica y su estructura es definida. Su composición varía dependiendo del árbol del que proviene, aunque todos tienen terpenos o compuestos que son comunes en las resinas endurecidas.1
En España está presente desde el Solutrense de la cueva de Altamira.
En muchas ocasiones, la resina, al escurrir sobre la corteza de troncos y ramas, llegó a atrapar burbujas de aire, gotas de agua, partículas de polvo o pequeños seres vivos como plantas (orquídeas, hongos, musgos, líquenes, semillas y un sinfín de flores diminutas), insectos, gusanos y otro tipo de animales que van desde diminutas hormigas, arañas, mosquitos, abejas, termitas, mariposas y libélulas hasta lagartijas, ranas y escorpiones, quedando guardados y preservados como inclusiones fósiles deshidratadas, pero sin el encogimiento que normalmente causan las deshidrataciones, conservándose de tal forma que su estructura celular y hasta fragmentos de su ADN pueden encontrarse en la actualidad.
Estas inclusiones agregan no sólo belleza a una pieza de ámbar, sino una gran cantidad de información de suma importancia para los científicos, pues de esta manera se tiene conocimiento de la vida de hace millones de años, disponiendo, incluso, de especies ya desaparecidas. Existen muestras de ámbar de gran valor desde el punto de vista paleoambiental, lo que permite que científicos reconstruyan un modelo de un ecosistema de milenios pasados desaparecido hace ya mucho tiempo. El tamaño, el tipo de espécimen, su visibilidad, la cantidad y hasta la posición son factores importantes que intervienen en la evaluación de una inclusión
A finales de julio del año 2008, un equipo de investigadores del Instituto Geológico y Minero de España, compuesto por María Najarro de la Parra e Idoia Rosales Franco, descubrieron un yacimiento de ámbar con insectos del Cretácico desconocidos hasta ahora y con un estado de conservación "excelente" en el entorno de la Cueva de El Soplao, cerca de la localidad cántabra de Rábago.
Además de pequeñas avispas, moscas, chinches, arañas, cucarachas y mosquitos chupadores de sangre que se alimentaban picando a los dinosaurios, el ámbar de El Soplao encierra una tela de araña distinta de la que ya se había descrito en un yacimiento de Teruel y que despertó un gran interés entre los científicos. También contiene restos fósiles de coníferas y el fragmento de ámbar azul más antiguo que se ha datado.
El yacimiento, que permitirá profundizar en el conocimiento de los ecosistemas de la era de los dinosaurios "a varias generaciones de paleontólogos", ha aflorado durante las obras de la carretera de acceso a la cueva de El Soplao, de la que dista tres kilómetros, y es el primer logro de los trabajos que se están haciendo en esta zona tras el convenio que firmaron en diciembre de 2007 el Instituto Geológico y la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte del Gobierno de Cantabria.
También aportará información sobre el cambio climático porque hace 110 millones de años -45 millones de años antes de que un meteorito acabase con los dinosaurios-, esta región del planeta tenía un clima subtropical muy caluroso, la atmósfera era mucho más rica en CO2 que la actual y por lo tanto, el efecto invernadero era muy acusado.
Los árboles producen la resina como una protección contra enfermedades e infestaciones de insectos, cuando la corteza de un árbol es herida debido a rotura o a un ataque por escarabajos de madera u otros insectos, bacterias u hongos. Después de exudar al exterior, la resina se endurece por polimerización en el interior de rocas arcillosas o arenosas, algunas veces calizas, que se formaban en zonas deltaicas de ríos, generalmente con mucha materia orgánica asociada, y se han conservado en su interior durante millones de años.
El ámbar es un mineral, ya que es una sustancia inorgánica y su estructura es definida. Su composición varía dependiendo del árbol del que proviene, aunque todos tienen terpenos o compuestos que son comunes en las resinas endurecidas.1
En España está presente desde el Solutrense de la cueva de Altamira.
En muchas ocasiones, la resina, al escurrir sobre la corteza de troncos y ramas, llegó a atrapar burbujas de aire, gotas de agua, partículas de polvo o pequeños seres vivos como plantas (orquídeas, hongos, musgos, líquenes, semillas y un sinfín de flores diminutas), insectos, gusanos y otro tipo de animales que van desde diminutas hormigas, arañas, mosquitos, abejas, termitas, mariposas y libélulas hasta lagartijas, ranas y escorpiones, quedando guardados y preservados como inclusiones fósiles deshidratadas, pero sin el encogimiento que normalmente causan las deshidrataciones, conservándose de tal forma que su estructura celular y hasta fragmentos de su ADN pueden encontrarse en la actualidad.
Estas inclusiones agregan no sólo belleza a una pieza de ámbar, sino una gran cantidad de información de suma importancia para los científicos, pues de esta manera se tiene conocimiento de la vida de hace millones de años, disponiendo, incluso, de especies ya desaparecidas. Existen muestras de ámbar de gran valor desde el punto de vista paleoambiental, lo que permite que científicos reconstruyan un modelo de un ecosistema de milenios pasados desaparecido hace ya mucho tiempo. El tamaño, el tipo de espécimen, su visibilidad, la cantidad y hasta la posición son factores importantes que intervienen en la evaluación de una inclusión
A finales de julio del año 2008, un equipo de investigadores del Instituto Geológico y Minero de España, compuesto por María Najarro de la Parra e Idoia Rosales Franco, descubrieron un yacimiento de ámbar con insectos del Cretácico desconocidos hasta ahora y con un estado de conservación "excelente" en el entorno de la Cueva de El Soplao, cerca de la localidad cántabra de Rábago.
Además de pequeñas avispas, moscas, chinches, arañas, cucarachas y mosquitos chupadores de sangre que se alimentaban picando a los dinosaurios, el ámbar de El Soplao encierra una tela de araña distinta de la que ya se había descrito en un yacimiento de Teruel y que despertó un gran interés entre los científicos. También contiene restos fósiles de coníferas y el fragmento de ámbar azul más antiguo que se ha datado.
El yacimiento, que permitirá profundizar en el conocimiento de los ecosistemas de la era de los dinosaurios "a varias generaciones de paleontólogos", ha aflorado durante las obras de la carretera de acceso a la cueva de El Soplao, de la que dista tres kilómetros, y es el primer logro de los trabajos que se están haciendo en esta zona tras el convenio que firmaron en diciembre de 2007 el Instituto Geológico y la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte del Gobierno de Cantabria.
También aportará información sobre el cambio climático porque hace 110 millones de años -45 millones de años antes de que un meteorito acabase con los dinosaurios-, esta región del planeta tenía un clima subtropical muy caluroso, la atmósfera era mucho más rica en CO2 que la actual y por lo tanto, el efecto invernadero era muy acusado.